¡Hola multicubano!

Desde hace un tiempo camino durante media hora sin ningún destino específico. Lo hago una vez por semana y elijo un rumbo diferente cada día. Aunque la idea siempre fue liberar estrés y hacer ejercicio, he ido descubriendo pedacitos de ciudad que me encantan.

Durante la vuelta de esta semana encontré una guarapera. ¡Sí, una guarapera en Miami! Es cierto aquello de que al estar lejos todo se extraña. Nada más ver el cartel ya estaba pidiendo una jarra de guarapo bien fría. Fue como teletransportarme o viajar en una máquina del tiempo.

Tenía calor, ¡mucho calor!, pero también quería sentirme cerca de mi tierra. Cuando estábamos en la secundaria salíamos de la escuela y cruzábamos a por un guarapo, como era de esperarse en plena adolescencia, no faltaban las bromas sobre sus efectos afrodisíacos.

Siempre me pregunté si sería verdad porque el cubano saca un bonche de cualquier cosa, más aún cuando son muchachos. Recuerdo incluso aquel estribillo que dice: “si tomas guarapo por la madrugá, lo bueno se queda y lo malo se va”, o esa idea de que tomarlo al mediodía hace que los fantasmas del agobio corran a esconderse.

Aunque el guarapo bien pudiera declararse como la bebida nacional de Cuba por lo común que ha sido durante tantos años, no es originario del país. Para ser breve, su origen podemos sacarlo de las islas canarias o incluso de la costa de Málaga y Granada, posiblemente fuera conocido por los bereberes del norte de África antes de la expansión del imperio romano. Entonces podemos tomarlo como herencia de los españoles.

Según tengo entendido, puede prepararse de dos maneras: disolviendo la miel o panela (jugo de la caña de azúcar cocido, secado y molido sin refinado alguno) en agua, fermentándola con un tipo de levadura conocida como «cunchos» o la más popular, como resultado de moler la caña de azúcar en un trapiche o molino, la cual puede ser consumida fresca o fermentada, de esta última se obtiene el aguardiente.