¡Suelta el celular! No haces nada sin el dichoso teléfono. Claro que te duele la cabeza, si es todo el día con el telefonito y el telefonito.

 (mi mamá o mi abuela un día cualquiera)

¡Hola multicubano!

Cuando visito mi casa en Cuba no hay mucho chance de andar pegado al teléfono. Si te ven absorto en tu celular, enseguida comienza la cantaleta. Pero no dejan de tener razón porque… imaginemos el siguiente escenario:

«Es la cena por noche buena y están todos en el comedor poniendo la mesa, terminando de preparar la comida, conversando, tarareando la canción que suena de fondo y allí estamos mi hermana y yo, en una esquina, mirando reels en Instagram.

Hay memes y videos graciosos, nos reímos, pero estamos en paralelo al mundo que existe en ese momento para el resto de la familia. Se escucha aquella melodía que bailaba de chiquita en el grupo del baile español. No me percato, ni por enterada me doy, estoy demasiado concentrada en mi pequeño dispositivo.

Obvio todos aquellos recuerdos donde tres días a la semana me llevaban a los ensayos, las veces que bailé frente a mi familia y cientos de personas más en un teatro, una plaza, una escuela o cualquier escenario, los trajes que mi abuela cosió hasta la madrugada para que llegara radiante al carnaval del día siguiente, las alegrías y los sacrificios que significó para mi y para mi familia».

Y parece una tontería, pero a veces la necesidad de estar constantemente conectados puede llevarnos a perder de vista una de las cosas que más importan: los momentos compartidos con nuestros seres queridos, porque la vida no se vive solo a través de una pantalla, sino también en el aquí y ahora.