¿Chinos en Cuba? Te cuento cómo, cuándo y qué nos aportaron

Autor: Alexandra Castillo

¡Hola, Multicubano!

¿Has pensado por qué cuando nos ponemos cariñositas, es probable que le digamos “mi chino” a nuestro amor? Y puede no ser para nada achinado…Y me pregunto: ¿cómo rayos vinieron a dar los chinos a Cuba, si nuestros países quedan a miles de kilómetros? Lo cierto es que contribuyeron a nuestro folclor y mestizaje.

Volviendo a mi pregunta (a la de cómo llegaron, no a la de “mi chino”), te cuento que llegaron a Cuba por miles a mediados del siglo XIX. Dicen que en apenas treinta años entraron a Cuba alrededor de 150 000 chinos.

El porqué es muy simple: había que sustituir a los esclavos negros, así que trajeron a los chinos para que fueran simplemente otro tipo de esclavos. Los traían engañados con cantos de sirenas, les hablaban de buenos pagos y de hacerse ricos en las Américas, y los pobres se quedaban estancados en estas tierras, trabajando en condiciones de semiesclavitud, sin ganar lo necesario ni siquiera para regresar a su patria. Tiene que haber sido horrible para ellos.

Pero, al igual que los gallegos, que llegaron un poco más tarde (a principios del XX), los chinos tenían algo que los haría triunfar: el apego al trabajo. Vamos ahora a hablar de los chinos.

Los ilustres asiáticos trajeron no solo sus ganas de triunar, sino sus tradiciones, y así supieron abrirse paso en la sociedad cubana que se estaba cocinando. Para empezar, se volvieron los emperadores de las tintorerías. Hacían su magia para limpiar telas y tejidos, para almidonar la ropa blanca, y dejarlo todo fresco y reluciente.

También reinaron con sus quincallas. Dicen que en una quincalla china podías encontrar de todo, como en botica: adornos, flores de papel, gangarrias, caramelos, papalotes, ungüentos, lociones, en fin, todo lo que se pudiera necesitar en cualquier ocasión. Eso por no hablar de sus fondas o de sus puestos de maripositas chinas, rellenas y deliciosas.

Todo lo que he contado hasta ahora lo oí en mi infancia de labios de mi abuela, que conoció a varios chinos en su niñez y me garantiza que el arte que ellos tenían para hacer de lo simple algo maravilloso era único. Pero quiso el destino que entrara yo en contacto, hace años, con una familia de ascendencia china, y entonces sí quedé boquiabierta.

Tan acostumbrada estaba a oír hablar del chino Wong o Fang, que me sorprendió saber que muchos de ellos, para facilitar la admisión en Cuba cambiaron sus apellidos.

El chino originario de la familia que conocí se puso un apellido rimbombante: Méndez-Villamil. Sí, señor, compuesto y todo. Lamentablemente, ninguno de sus descencientes conoce el apellido original.

Trajo su tetera de metal desde China y la viuda de su hijo mayor la conserva aún. Dicen que de cualquier cosa podía hacer una sopa y que el jengibre no le podía faltar. Su negocio no fue una tintorería, sino la lotería y le permitió vivir cómodamente gran parte de  su vida. En su vejez, la Embajada China le hacía llegar paquetes de condimentos con los que preparaba su magia culinaria.

Lo cierto es que influyó en toda su familia que, como buena familia cubana, incluye al español y al negro, y hasta su tataranieto tiene los ojos achinados, todos toman sopa con coles, berro, espinaca y sabrá Dios cuántas cosas más.

Para los cubanos, el manejo de la figura de los chinos puede ser tanto positivo como negativo: “mi chino” expresa amor, mientras que tener un chino atrás significa que nada bueno te pasa hace rato. Y si a alguien le dicen que no lo salva ni el médico chino, es mejor que vaya haciendo testamento… Nos han traído ojos rasgados, dragones, zodíaco… de todo un poco. Se integraron de tal forma en nuestro pueblo, que cualquiera tiene los ojos rasgados. Y si no tienes de chino, pues seguro tienes de carabalí.

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