La novela cubana: de Silvestre Cañizo a César Évora

Autor: Victoria Vázquez

¡Hola, Multicubano!

Puede que el título les parezca una locura, pero todos sabemos que es cierto: los recordamos a ambos, porque un buen personaje (o un buen físico) se te queda grabado para toda la vida.  Y para eso están las novelas. A quienes no son sus amantes y defensoras (lo pongo en femenino porque generalmente la delantera en este sentido lo llevan las mujeres), quizás les parezca que el tema no es meritorio. Yo tampoco soy una fanática, pero reconozco cuando algo merece ser considerado.

Desgraciadamente, ya son raras las oportunidades en las que decimos: «esta novela está buenísima». Además de que cada año nos volvemos más críticos hacia las novelas cubanas; es como si tuvieran que ser perfectas, y reflejar todo cuanto queremos, lo que nos sucede a diario, en fin. Creo que es porque pretendemos que las nuestras nos representen fielmente, aunque puede ser también porque nos identificamos más con ellas.

Para empezar, tenemos que decir que las novelas cubanas se han dividido en dos tipos: históricas y actuales, y generalmente las históricas han gozado de más aceptación entre el público. En las primeras, los malos son malos recontramalos, maltratan a los esclavos, violan esclavas, son corruptos, usan el poder para destruir la vida de otros, en fin, que son lo peor de lo peor. Como un gran clásico de la novela cubana, hay que hablar de Sol de Batey, donde, además de todos los elementos del malo listados anteriormente, se mezclaba la trama con una conspiración independentista.

A pesar de todo el empeño que imagino los guionistas habrán puesto en el diseño de los personajes, toda la atención se fue hacia doña Teresa. Es que los malos tienen algo que nos “engancha”. Claro, hay que aclarar que tanto Sol de Batey como Tierra Brava (otra inolvidable) se basaron en originales de Dora Alonso, así que ya el mérito lo traían, porque esa señora tenía un don maravilloso para la escritura.

En las actuales, los malos son más como nosotros mismos, y sus motivos nos resultan más dolorosos, porque pueden ser los de cualquiera que conocemos. Puede haber conflicto, por ejemplo, por una casa, por ser el preferido de papá o mamá, por conquistar al hombre de tus sueños… Y eso es lo que hace que nos emocionemos con ellos, que los odiemos como si nos odiáramos a nosotros mismos, que suframos con los buenos, que aunque son buenos, tampoco llegan a ser come…as.

Si pensamos en lo que más nos gusta de una novela, es que los malos tienen que ser creíbles, e, incluso, pueden llegar a ser simpáticos. Un malo que sea antipático se ganará todo nuestro desprecio, y en todas las colas de la bodega o panadería se hablará de lo que hizo el capítulo pasado. Pero no todos los comentarios serán negativos: “oye, de verdad que ese Enrique Molina es una bestia, qué manera de actuar ese hombre, me dan ganas de entrarle a golpes”, o “sí, pero la mujercita también se la traquetea, no se deja meter el pie ni muerta”. Es que los malos son como nosotros, pero se portan peor.

Si lo pensamos seriamente, en nuestras novelas el papel más diabólico es generalmente asumido por mujeres, no sé si eso tendrá algo que ver con la percepción que tenemos de nosotras mismas… ahí dejo el tema. Y los buenos tienen que ser buenos sin llegar a ser idiotas. Nada nos saca más de nuestras casillas que un bueno que se pone medio bobo a cada momento y se deja apabullar por el malo 115 capítulos para despertar en los últimos cinco. Esos desastres se los dejamos a las novelas extranjeras, brasileñas, colombianas, mexicanas o turcas, porque en Cuba se ha visto de todo.

César Évora se convirtió en el ícono de los galanes cubanos, y el sueño de muchas jóvenes. Fuente: César Évora Twitter

¡Ah, y los galanes! Una novela debiera traernos al menos un galán que nos quite el aliento. Desgraciadamente, no puedo recordar una novela cubana reciente en la que hayamos tenido esa suerte. Porque el galán no solo tiene que ser físicamente impecable (alto, medio musculoso, de facciones atractivas), sino que tiene que lograr trasmitirnos ese extra de macho alfa.

Por ejemplo, sobra decir que en Pasión y Prejuicio había malos para darse gusto, empezando por el padre de la protagonista, que había violado a su sobrina, pero Isabel Santos nos hacía hervir la sangre, sobrepasando incluso al violador. Además, la protagonista era bastante sonsa, pero sin dejarse mangonear demasiado.

Por otra parte, uno que esté un poco “desmejoradito”, pero con un personaje bien escrito, puede resultarnos más atractivo que cualquier otro. Así pasó, por ejemplo, con el Fernando Hecheverría de la ya mencionada “Tierra Brava”: él no es un hombre extra atractivo, pero con la construcción del personaje le armaron un carácter que bien podía hacer latir corazones. Sí, porque eso de estar como plátano para sinsonte, pero ser medio retrasadito no nos provoca nada.

Hablando de Pasión y Prejuicio, hay que decir que “niña, saluda a tu novio”, ha sido parte de nuestro vocabulario desde que se emitiera. Años después, volvió una frase de La Única, en voz de Susana Pérez, cuando al llamar la atención de alguien le decimos “oye, esta tú niña”. Hasta la música de las novelas se cuela en las listas de preferencia de los programas musicales de la radio, sin importar que la novela se haya transmitido en Brasil hace cuatro años. Es puro reciclaje musical.

Cuando se acaba la novela, nos queda la idea de todo lo que pudo haber sido diferente, de lo que pudo ser mejor, de cuanto no nos gustó, pero vamos a decirle Silvestre Cañizo a Enrique Molina, y Tojosa a Luisa María Jiménez, hablaremos de los malos hasta por los codos y lo criticaremos todo. Las extrañaremos cuando hayan terminado, y diremos que “la de antes estaba mejor”.

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