¡Hola multicubano!

Empieza una nueva semana y creo que hoy mis vecinos tienen fiesta. Desde aquí escucho la bocina y el inconfundible sonido de las fichas mientras les dan «agua» o gritan «el apellido» de cada una cuando las sueltan, -“uña pa´que arrasques”-. Ese se viró al 1.

Así recuerdo las tardes en mi casa de Cuba y es que en mi familia siempre se ha jugado dominó. Para nosotros sería impensable pasar un cumpleaños, encuentro o actividad sin sacar el dichoso juego.

Cuando niña me enseñaron a detectar si mi pareja no lleva o está «agachada», cómo apoyarla y par de marañas para que el contrario no lleve. Cabe mencionar que en una buena partida no faltaban: el que presumía porque iba a ganar, los pases al de al lado y por supuesto, el bonche para soltar las fichas.

Sí, el dominó tiene su propia jerga y suele salir en los momentos más acalorados. Recuerdo que al blanco se le dice “blanquizal de Jaruco”, como el pueblo de Mayabeque, al 2 le dicen “el dulce”, “Dulcinea” o “el duque” y el 3 puede ser “Trío Matamoros”, “Teresa” y “tres tristes tigres”.

Para el 4 está eso de “cuarteles que son escuelas”, si vas con el 5 es que “sin comer no se puede vivir” y así sucesivamente. Aunque digan por ahí que el dominó lo inventó un mudo, con cada dicho que le añades los números ganan color hasta que se oye el anhelado -“¡me pegué!”-.

También está quien nunca aprende y deja las más bajitas para el final por si toca virarse, ¡error!, eso es ser un/a bota gorda de toda la vida. Aunque de algo estoy segura y es que si los campeonatos de dominó resonaran tanto en el mundo como con el ajedrez, en Cuba ya tendríamos varios Capablanca.

Hay quién dice que surgió en China y siglos más tarde se puso nuevamente de moda en España y Francia. Con la colonización española llegó a Cuba donde hoy es un hobby tan antiguo como popular. Por eso las descripciones de La Habana suelen incluir la esquina de una cuadra donde está la mesa y sus cuatro jugadores.