Estimados míos, creo que los sociólogos nos deben algo a los migrantes cubanos. Sí, señor: nos deben un estudio sobre cómo logramos interactuar sin hacer uso de nuestro idioma. No digo que al migrar nos volvamos todos mudos, pero sí tenemos que adaptarnos a algo: a hablar español en vez de “cubano”.
Para empezar como Dios manda, voy a citar a los lingüistas cuando describen al español de Cuba:
Pronunciación de la letra “S” como si fuese la “J”. Un ejemplo de ello sería la palabra casco [caj-co].
– Asimilación de la “R” por la consonante que le sigue dentro del orden de dicha palabra. Un claro exponente de esta norma es el término argolla [ag-golla].
– Cambio de la letra “R” por la letra “L”. La palabra amor es uno de los ejemplos más universales de esta pronunciación [a-mol]. -Esto me parece una exageración, pero no voy a discutir con los académicos.
– Uso de los pronombres personales (yo, tú, él, ella) en cualquier situación o contexto, posiblemente por influencia del inglés, y predominio del tuteo como forma de rebelarse ante lo establecido, uno de los rasgos más clásicos del pueblo cubano.- ¡Eso sí!
– Anulación del pronombre de la segunda persona del plural (vosotros).- ¡Es muy cheo…!
En Cuba, además, hay que tener muy desarrollado el “sentido o sentimiento del idioma”, porque si te apegas a lo literal te quedas en esa. Es como si desde el nacimiento fuéramos entrenados para estar a la viva, a la que se cayó.
Pero tú y yo sabemos que eso es apenas un estudio muy técnico, y que nuestro español es mucho más rico que eso. Tendría que añadir, por ejemplo, que el tuteo lo llevamos más alla y, en dependencia de la edad, un desconocido puede ser “padre”, “abuelo” o “tío”. Y todas las enfermeras o educadoras son “seños”.
Si a eso le sumamos que a cada paso vamos incorporando nuevas palabras, o asignando nuevos significados a las ya existentes, es para volverse locos. Como cuando nombramos “maceta” a los nuevos ricos en los 90, “mango” a las personas atractivas, “monja” a un billete…
Solo así podemos entender que “me da lo mismo freírte una camisa que plancharte un huevo”, puede significar: 1- que te tiró a mondongo o 2- que le da lo mismo chicha que limonada. Sí, porque es «chicha», nombre de una bebida fermentada, y no «chícharo», como he oído tanto.
Eso, por no hablar de los cientos de frases y refranes cubanos, que a cualquier otro le resultarían incomprensibles. “¡Voló como Matías Pérez!” es un caso, y “la hora de los mameyes” es otro.
En el pimer caso, se habla del extravío de un astronauta que zarpó de La Habana en 1856 y nunca más fue visto, y la segunda hace referencia a las rondas de los soldados ingleses, de casacas color mamey, durante la ocupación de La Habana, en 1762.
Y hablando de colores, tengo que admitir que lo primero que tuve que reprimir al migrar fue usar “carmelita”. Se me hizo muy difícil sustituirlo por “marrón”, que para mí era solo un tipo de rojo. Los cubanos le llamamos carmelita al universalmente conocido como marrón, porque lo asociamos con los hábitos de las monjas de la Orden de las Carmelitas.
Y no paramos de crear, sino que sumamos todo lo que nos parece meritorio. Al que le digan que se parece a Silvestre Cañizo lo están haciendo talco; y ningún muñe ha parido más frases adaptadas al diario que Elpidio Valdés, desde “tócate, María Silvia”, hasta “de Júcaro a Morón, y de Morón a Júcaro”.
Hay otras que, o no sabemos a ciencia cierta de dónde vinieron, o lo hemos olvidado. Así subsiste “¿hasta cuándo son los 15 de Yacquelín?”. Ahora hay dos más que, quizás dentro de poco, todos olvidaremos de dónde salieron: “a pululu” y “dura, Magaly”.
Yo, honestamente, siempre me perdí en las frases sacadas de la pelota. Solo admito comprender “estar en 3 y 2”. Recuerdo una vez que alguien, alabando a un tercero que era “una fiera”, dijo que “el tipo la coge con el guante al revés”. Me callé la pregunta por vergüenza, y cuando le pregunté a mi hermano, me miró y me dijo: “asere, tienes que ir al Latino”. Me hizo fufú de puré de talco…
Y la lista de frases que oímos a diario en nuestras casas es interminable: me levanté con el moño vira’o, tírame un cabo, voy bajando/tumbando, metió pesca’o, la jugada está apretada, estoy partí’o, le dio Changó con conocimiento…y muchísimas más.
En adición a la riqueza que creamos a diario, contamos con los restos del idioma que hablaban nuestros ancestros aborígenes, y así hablamos de ají, ajiaco, anón, arique, aura, bajareque, barbacoa, batey, bejuco, bija, bohío, cacique, caimán, caney, canoa, casabe, cayo, cimarrón, comején, cobo, conuco, curiel, guajiro, guanábana, guanajo, guararey, guasasa, guayaba, , guayo, güije/jigüe, güira, hamaca, huracán, jaba, jagüey, jíbaro, jicotea, jimagua, jutía, maíz, majá, mamey, manatí, mangle, manigua, manjuarí, tabaco, totí, yagua, yarey, yuca.
Por favor, no repitas que guajiro viene de “war heroe”. Hacía siglos que esa palabra se usaba en Cuba antes de que llegaran los norteamericanos en 1898. Eso sí, el que conozca qué rayos es un guararey merece un premio. Así es nuestro español, riquísimo y creador, y al que no le guste, ¡que se opere!
¿Sabes alguna más?¿Qué frase crees que haya caído en desuso? Comparte tus experiencias con nosotros…
Ah, aquí te dejo un glosario de nuestros términos propios y algunas frases que he recopilado. Si recuerdas otra, házmelo saber.
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