Cuba sin luz

Autor: MultiCuba

Autor: Anónimo
Me levanto como todas las mañanas, con un vaso de leche recién salido del refrigerador y la lista de pendientes dándome los buenos días. Preparo todo, pongo la ropa a lavar, y es ahora cuando me doy un momento para revisar el teléfono, a ver qué ha pasado en esas 24, 30, o 48 horas… ya ni sé, el tiempo en Cuba se siente como un concepto difuso. No hay mensajes de mi mamá, ni de mi papá en mis notificaciones. Ni una de esas postales virtuales, de Piolín que suelen mandar y que por más cursis que sean, siempre me sacan una sonrisa o me hacen sentir un poco más cerca de ellos.  Nada de reels invadiendo mi Instagram, ni esos audios eternos de dos minutos que acostumbran mandarme mis amigas. Silencio.

Les marqué ayer, y todo estaba “bien”, dentro de lo que cabe. Papi todavía tenía algo de carne medio congelada en el freezer, mi mamá también. Pudieron conectarse porque estaban en el trabajo (donde aún quedaba por alguna razón, algo de “corriente”). Pero hoy, nada. Un domingo mudo, sin noticia alguna. Siento como si un huracán los hubiera atrapado en el ojo de la tormenta. Teléfonos apagados. Creo que ya no les queda batería.  Mientras, yo aquí a kilómetros de distancia, me pregunto: ¿Y la carne? ¿Seguirá buena? ¿Habrá luz mañana? ¿Realmente estarán “bien” como me dicen? ¿Cuánto va a durar todo esto? ¿Cuándo se me irá esta incertidumbre del pecho?

La frustración se mezcla con la incertidumbre y la angustia, Me aprieta por dentro todo a la vez. Quisiera hacer algo, cualquier cosa,  pero ¿qué? Sería hipócrita decir que quisiera estar allá con ellos. No, los quiero lejos, lejos de esa oscuridad. Quisiera que no tuvieran que pensar en la carne que se les va a echar a perder, en las velas, en las lámparas recargables, en el calor y los mosquitos, en esa desconexión tan jodida. Me acuerdo de cuando yo estaba allá y las seis horas sin corriente, eran eternas, mi mente se sabía de memoria cada esquina de mi casa, me desesperaba. Me tiraba al piso frío con una almohada, tratando de dormir o me sentaba en la cuadra con los vecinos, hablando de cualquier cosa, porque el tiempo parecía detenerse. No me imagino qué tanto habría que hacer para abstraerse de un apagón interminable.

Duele pensar en todo eso. En lo que fue y ya no es. En lo que tuve y ya no tengo. En ellos, que están allá. En los abrazos que se siguen postergando. En lo absurdo de todo esto. En el silencio… Duele saber que, para tener un futuro, hoy Cuba tenga que irse de Cuba.

¿Lo que más me inquieta? Pues la certeza de que no es un ciclo temporal, no es una tormenta de esas que simplemente pasan. No. Es un destino de los que desgraciadamente pocos escapan. Es una sombra que se extiende lentamente hasta envolverlo todo. Cuba no está muriendo de golpe, sino que apaga poco a poco, como una vela que lanza pequeñas chispas antes de extinguirse, ¿y mientras el mundo? Sigue girando, ajeno e indiferente.  No solo es Cuba la que se está perdiendo, son las vidas, los sueños como los que tuve algún día, los anhelos de quienes la habitan, y cada día que pasa, ese silencio se hace más profundo como si la isla misma estuviera quedándose sin voz.

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