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¡Hola, Multicubano!
En mi casa de Cuba (que siempre va a ser mi casa) hay un perro nuevo. Adivinen el nombre… ¡Hugo! Cosas de mi hermano. La gente se ríe al oír el nombre, y yo no lo entiendo: ¿por qué es raro que un perro se llame Hugo? ¿Hay que seguir alguna norma para nombrar a un bicho de esos? Yo creo que no, aunque la mayoría de mis compatriotas difieran.
En nuestro caso, no siempre fuimos tan irreverentes. En nuestra infancia, por supuesto, hubo un Nerón (un perro criollo al que le tenía pavor), grande y amarillo; hubo un Dixie, poodle gris, pesado a más no poder, del que nadie me explicó nunca el origen o significado de tan extranjerizante nombre, y, por supuesto, un Negrito, sato sin rastro de raza alguna, típicamente negro y manchado en blanco, más bueno que el pan. Vivió 16 años, y me demostró que un perro puede responder a cuantos nombres quieras darle: Negro, Negrito, Negrón, Negruchi, Negri… y siempre venía.
Ah, también tuvimos un “Tito”, pero ese no era perro, sino pollo. Nació negro entre todos sus hermanos amarillos, y la muy racista de su madre (leer con énfasis, por favor) no lo quiso, así que nosotros lo adoptamos. Murió de un infarto siendo pollón, y no nos lo comimos, sino que fue enterrado en algún lugar que ahora no recuerdo.
Por supuesto, el nombre de la mascota debe tener un significado. Digo que “debe”, porque hay cada uno por ahí, que me hace pensar si el dueño no estaría mejor en Mazorra. Históricamente, los nombres de mascotas se han dividido en dos tipos: los que llevan una carga emotiva y significativa única: Michi, Cosita, Puchero, Princesa, Sultán, Zeus, Olimpia; o los que son reflejo de su físico: volvemos de nuevo a mi perro Negrito, y los cien mil Canelo, Manchado, Prieto, Blanqui, Pulga (por tamaño o ya saben por qué).
Hasta vi un perrito, o, mejor dicho, una bola de pelos blancos con nariz, al que su dueño le puso “Espuma”. Más que un perro, era una metáfora…
Claro, hay que dividir también en otras dos categorías: lo de compañía y los de guarda y custodia. Mientras los primeros son chiqueados hasta el cansancio, y prácticamente son parte de la familia, los otros son encargados de velar por nuestros bienes, y la idea es que sean impactantes tanto en porte como en nombre. A ver, que no se oiría muy bien que un dóberman, todo músculo y con orejas cortadas, se llamara Pichi, o que una pastora alemana fuera Tati. ¿Se imaginan en medio de la noche interrumpir un posible atraco gritando “Cógelo, Michi”?. Si el atracador fuera como yo, se caería de la risa.
Pero, como todo evoluciona, hace algunos años se ha hecho presente otra tendencia: nombrar a los animales como a nosotros mismos. Así, hoy vemos a perros y hombres disputándose los nombres más populares. Hay quien se va por la mitología y, además de los Zeus y Olimpo que ya mencioné arriba, y que ninguna madre en su sano juicio le pondría a su hijo, nos encontramos a Adonis, Diana y demás.
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Lo verdaderamente bonito es que, cuando escogemos el nombre de nuestros hijos, no sabemos si en verdad lo definirá. Puede que un Augusto no lo sea tanto, o que Bella sea más fea que un murciélago estornudando… pero con los perros no corremos ese peligro. Tenemos la posibilidad de recibirlos en casa sin dolores de parto, obervarlos detenidamente, evaluar su comportamiento, darles mil vueltas en las manos y decidir, entonces, que como tienes cara de guapo, te voy a poner Savón, o si te pareces al tío de mi marido te va a tocar ser Julio.
Hay quienes van más allá, y les ponen nombres compuestos. Yo conozco a una familia que solo tiene perras, y son: Fe Angélica, Flu Mary, Dolly Dolly y por último Cleo. Pero, cuando hubo machos entre esa tribu, lo mismo te encontrabas a un Sombra que a un Dalí, para que no digan que el barroco Latinoamericano no existe. Espero que mi comadre me perdone por exponer sus rarezas.
Lo cierto es que el límite lo pone solo la imaginación de los dueños, y como los perros, según varios estudios, no responden tanto al nombre como a la entonación, podemos nombrarlos de múltiples formas, y siempre acudirán a nosotros.
En mi casa-caso, que espero no sirva de ejemplo a nadie, tuvimos un ratonero llamado César, porque, ya que no tenía tamaño, al menos que tuviera nombre de ringo rango; hay una Celia (nombrada para que se pareciera a César), y también una Midnight, aunque de noche no tiene nada, por satisfacer un anhelo de la infancia de mi abuela. A decir verdad, responden más a Celina y Midni que a los nombres propios. En conclusión, llámalos como quieras, pero llámalos con cariño, y verás que siempre los tendrás a tu lado.
4 Comentarios al Artículo:
El nombre de los perros en Cuba: tradición y renovación
Me gustó mucho este artículo, ya que tengo mascotas y es cierto que el cubano e smuy ocurrente con sus nombres. felicidades!
Gracias por tu comentario!!! Qué bueno que lo hayas disfrutado!
Perfecto
❤️
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