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¡Hola, Multicubano!
No hay quien me discuta que para los cubanos, el ron es parte de nuestra cultura, querámoslo o no. Y lo digo con pleno conocimiento, pues soy 100% abstemia. Es el acompañante de nuestras fiestas, el ingrediente principal en los tragos que han salido de Cuba para darle la vuelta al mundo, como el mojito, el cubalibre o el daiquirí. Pero el ron es mucho más, y tiene tantas clasificaciones como versículos la Biblia.
Para empezar, la distinción la pone la forma de venta. Si hay uno que se expende a granel, medido con una botella picada o una jarra de dudosa higiene, no se nos ocurriría compararlo con aquel que se vende en una hermosa botella de cristal, creada por un diseñador, con una etiqueta atractiva y con una gama de colores sugerente. La diferencia salta a la vista.
Para el verdadero curdonauta, el ron nuestro de cada día tiene que ser, por motivos económicos, el ron a granel. Y que se venda a granel no tiene que significar que sea malo, simplemente, no es bueno. Y no me estoy contradiciendo, pues entre bueno y malo caben como cuarenta definiciones más.
Ese a granel tiene sus encantos: en primer lugar, en cada municipio hay, al menos, un punto de venta con días y horarios establecidos, así que si lo necesitas puedes ir en ese horario a comprar tu buchito de gloria. En segundo lugar: si te dieron las 7 de la noche, y el cuerpo te pide a gritos un poco de combustible para seguir andando, puedes ir a casa de los revendedores, esos que compran el ron por toneles y lo almacenan esperando poder ser la salvación de los desesperados. Eso es algo que no podrías hacer si tomaras “del bueno”, porque las tiendas sí tienen horarios rígidos.
Entre el bueno y el malo, hay una división media que es, por supuesto, el regular. Ese es el ron que también se vende embotellado, pero en las tiendas o mercados en moneda nacional. Hay variedad de marcas, aunque el color siempre claruzco tirando a transparente no varía. Y hasta en eso los curdonautas se han especializado. Recuerdo que mi difunto padrino daba media vida por una botella de ron Alabao, y no por otro. Para gustos… los rones.
Aquí aclaro que la foto de portada fue, obviamente, tirada con un celular. La explicación es muy sencilla: es una foto de los rones que hay hoy en mi casa (la de Cuba, la de siempre). De bueno a regular, y tratando de no llegar al malo…
Y hay algo que yo nunca he podido entender: cómo los curdas saben diferenciar, por ejemplo, el ron del aguardiente. Y eso es ahora, porque, en los años más duros, la “chispa” era la bebida de quien aspirara a beber a diario. Recuerdo muy vagamente haber visto un alambique en casa de un amigo de mi padrastro. Claro, fue muchos años después de que la venta de ron se normalizara, pero él se mantenía reacio a venderlo, “por si acaso”. Lo cierto es que esa espiral de cobre dio de beber a más de un socio en apuros, y podría volver a hacerlo.
Hay algo que distingue al ron por sobre la cerveza: no se importa. Desde hace años se puede comprar cervezas importadas (primero, la Budweiser, y después la Corona, Sol, Hollandia, Windmill y demás), pero nunca vi en Cuba un ron importado. Nunca. Es cierto que tenemos más marcas de rones que de cervezas, y que somos rabiosamente chovinistas, así que imagino que a ningún genio se le ocurra importar ron de República Dominicana para venderlo en Cuba.
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Las nomenclaturas son, además, variables. Como el ron que más se vende en Cuba es el Havana Club, ya sea añejo o no, la gente ha pasado a obviar el verdadero nombre y denominarlos por el precio u otro rasgo característico. Así, te puede decir alguien que va a comprar un 3.85, o que con menos de dos 5.20 no se arma la fiesta. Y todo el mundo entiende de qué se está hablando.
Claro que el Havana Club no es el rey indiscutible del gallinero: hay otros gallos con espuelas bien afiladas. El ron Santiago, por ejemplo, está compitiendo por llevarse la corona del Mejor Ron de Cuba. Tiene añejos de gran calidad, y su Reserva Maestros cuesta mucho más de lo que una persona común pagaría por una botella. A mí esta marca, más que un ron, me parece un whiskey: oleoso, aromático, oscuro.
Hay quienes se ponen nostálgicos hablando del Paticruzado, uno de los más caros antes de los 90,
De una forma u otra, con más o menos calidad, la botella no puede faltar en la mesa del dominó, ni en la fiesta (así sea el año de la niña). Y tiene que haber un silver dry para mezclar con cuanto Dios creó, porque cualquiera siembra en una maceta hierbabuena y aparece el mojito, o compran una botella de cola y se arma el cubalibre; y no compren el cuento de que los tragos son flojos, o que son solo para mujeres: he visto a más de uno levantarse de la mesa bailando samba a base de mojitos.
Pero tampoco puedo negar que el ron sea la bebida preferida de los hombres en Cuba, o que sean ellos los principales consumidores. Hace años hubo una campaña que duró menos que un merengue en la puerta de un colegio: ron saborizado, en botellitas de 500 ml, con motivos festivos en la etiqueta. Después de que la mitad de los muchachos del pre compraran una cantidad considerable, hubo que retirarlas del mercado. Al cubano le gusta el ron sin maquillaje.
Y, sin importar cuánto haya costado, hay que echar el primer chorrito al suelo, para satisfacer la sed de los que ya no están entre los vivos.
Cuando salimos de Cuba, hay que llevar un par de botellas de ron, y dos cajas de tabaco, pues son los regalos más valiosos para un verdadero aficionado. Es como la posibilidad de tomar la cerveza nacional: nos trae no solo su sabor, sino el recuerdo de las veces que lo tomamos en Cuba, de las personas con quienes lo compartimos; nos cura un poco la nostalgia.
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