
Ser una gorda (así: gorda, sin susceptibilidades extremas ni ofensas vanas) es complicado. No solo es complicado por el trabajo que pasamos para meternos dentro de un pantalón que no entiende que tiene que crecer a nuestro ritmo, sino porque si te gustas así está mal, y si no te gustas, pues también está mal.
Recuerdo que hace unos años las flacas se pusieron de moda. Había que estar mala remala para ser considerada sexy, y yo aún no me explico qué puede tener de sexy un palo de escoba, pero bueno…Las modelos parecían necesitar oxígeno, y “¡estás flaquísima!” era el mejor halago.
Yo, gorda con carnet desde los 8 años, también me puse a dieta, por supuesto. Y bajé de peso, claro, pasando un hambre atroz. Pero, como mis genes dicen “GORDA”, y mi gusto por los dulces es innegable, ahora estoy en Obesidad I, según la maldita tabla de IMC (índice de masa corporal). La culpa la tienen Hershey’s, Godiva y comparsa.
Pero, curiosamente, nunca me he sentido fea o rechazada por estar envueltica en carnes.
Por cierto, ¡qué mal me caen las flacas con complejo de gordas! Esas que aumentan como 127 gramos y arman un drama espectacular, como si fuera el acabose. Ni una libra…127 gramos no son ni una libra…y yo aumento dos libras solo de oler un pan.
Por supuesto, la perspectiva individual es diferente en cada persona. Hay quienes nunca se ven gordas, y hay quienes nunca se ven flacas. El gran problema es que, cuando esos límites se desdibujan, sufre la salud. Una persona obesa que no admita que la obesidad es un problema de salud atenta contra sí misma, y una flaca in extremis, puede llegar a la anorexia.
Hace algún tiempo se viene hablando de ser body positive. Yo, honestamente, no lo entiendo. Me explico: ese movimiento fue creado como respuesta a la presión a la que todos somos sometidos a diario para ser “perfectos”, dígase delgados, atléticos, chic, sensuales, etc.
Su objetivo es lograr que cada quien se acepte tal como es, y poder ser, de esta forma, feliz consigo mismo. Claro, porque si yo soy una gorda sin remedio y todos los días el mundo me dice que estoy mal, que debo medir 90-60-90, mi vida va a ser un infierno, voy a detestar mi cuerpo cada día y me mataré de hambre para lograr un objetivo casi imposible.


¿Cuál es el problema, entonces? Muy sencillo: que se centran en lo estético. Yo puedo aceptarme al 100%, y ser super feliz con mis 170lbs, pero eso no significa que no tenga un problema real, pues la obesidad es la cuna para decenas de problemas de salud. O sea: puedo ser una gordita feliz, pero debo estar consciente de que tengo un problema muy real.
No digo que no haya gordos saludables, pero son los menos. Generalmente, a más libras más problemas. Los órganos se cubren de grasa, el sistema endocrino funciona al límite de su capacidad, y los huesos y las articulaciones sufren por el exceso de peso y hay propensión a desarrollar diabetes tipo II.
Y ya sé que puede sonar medio loco que yo tenga tanta conciencia de los problemas de la obesidad, y siga teniéndola. Pero dispongo de un sistema bastante bueno: me pongo mi límite. Cuando llego a X peso, elimino las libras sobrantes, y listo. Puede que no sea el sistema ideal, pero me funciona.
Es que, ¿se imaginan ustedes que yo, niña de los 90’s en Cuba, renuncie a todo lo rico y tentador que hoy tiene la vida para ofrecerme? No, admito que no tengo tanta fuerza de voluntad. Prefiero ser una gordi feliz que una flaca que lama con la vista las vitrinas de las dulcerías.
Por otro lado, tener unas curvas más o menos pronunciadas no está para nada mal, sobre todo si vives en Cuba. Ni aún en los tiempos del boom de las flacas, dejé de recibir piropos. Y es que a los hombres, al menos a los cubanos, les gustan las curvas, y no se quedan sin palabras ante la carretera de la farola.
En fin, que este tema da para más, para mucho más. Habrá quien crea que las libras deben ser solo las justas, mientras que otros clamarán por la libertad de pesos. Lo cierto es que todos podemos ser felices como somos. ¿Y tú, eres flaqui o gordi feliz?
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