“La mujer de mi vida”

Si me preguntan por la mujer de mi vida, no tengo que pensarlo dos veces. No es la que me hizo promesas al oído ni la que me llenó de besos en alguna madrugada de fiesta. Tampoco la que me juró amor eterno y se fue con el primer avión que salió. No. La mujer de mi vida siempre estuvo ahí, viéndome tropezar, dándome el empujón cuando me detenía, tragándose las palabras cuando sabía que solo el tiempo me haría entender. Ella es la que se desveló conmigo sin necesidad de café, la que me esperó con el plato caliente aunque llegara tarde, la que con una mirada me decía más que un regaño. La que me enseñó que no todo lo que brilla es oro, pero que hay cosas que, aunque no brillen, valen más que cualquier fortuna. Cuántas veces me fui sin mirar atrás, sin entender que el verdadero amor no se grita ni se presume, se demuestra en los detalles chiquitos, en los sacrificios silenciosos, en el amor que no espera nada a cambio. Hoy, con los años encima y la nostalgia apretándome el pecho, me doy cuenta de que la mujer de mi vida siempre fue ella. Mi madre. Y aunque la vida me haya llevado lejos, aunque el tiempo me haya robado momentos que nunca podré recuperar, hay algo que me consuela: aún puedo llamarla y escuchar su voz. Y eso, créanme, es un regalo que no pienso desaprovechar.